La infografía “La divertida evolución de Internet” resume con mucho humor algo que millones de personas han vivido en primera persona: en apenas tres décadas, la red ha pasado de ocupar un rincón del salón, conectada a un módem ruidoso, a estar metida en el bolsillo, el coche, la nevera… e incluso en la tostadora.
Detrás de las viñetas y los chistes hay una radiografía bastante fiel de cómo ha cambiado la forma de relacionarse, trabajar y divertirse desde los años 90 hasta la era de la inteligencia artificial.
1990s: la Edad de Piedra del dial-up
El viaje arranca en los 90, la época en la que conectarse a Internet era casi una ceremonia. Había que enchufar el módem, escuchar aquellos pitidos inconfundibles y rezar para que nadie descolgara el teléfono fijo. Si alguien lo hacía, la conexión caía y con ella el chat, el correo o aquella descarga interminable.
La viñeta lo resume con una frase que muchos recuerdan:
«¡Desconecta el teléfono, necesito entrar al chat!»
La red era lenta, cara y limitada, pero también emocionante. Cada correo electrónico era casi un acontecimiento, los primeros foros reunían comunidades muy específicas y los chats eran el gran descubrimiento para hablar con desconocidos al otro lado del mundo. No existían redes sociales tal y como se conocen hoy, y navegar significaba, sobre todo, curiosear y experimentar.
2000s: cibercafés, blogs y el despertar social
Con la entrada en los 2000 llegaron dos fenómenos que marcaron a una generación: los cibercafés y los blogs personales. En muchos países, conectarse a Internet todavía no era algo habitual en cada casa, así que se pagaban minutos u horas en locales llenos de ordenadores. Allí se chateaba, se enviaban correos y se empezaba a explorar un mundo nuevo: el de las redes sociales primitivas.
La infografía lo refleja con dos bocadillos muy de la época:
– «Mi perfil de MySpace es arte.»
– «Mira este vídeo de un gato tocando el piano.»
Era el momento de los primeros espacios personalizados con fondos imposibles, música de fondo y gifs parpadeantes. Los blogs se convertían en diarios abiertos al mundo y nacían las primeras estrellas anónimas de Internet. También empezaban a circular vídeos virales, muchos de ellos de animales, que anticipaban la cultura del meme.
La barra de progreso “Slow loading…” recuerda que, aunque las conexiones iban mejorando, la paciencia seguía siendo una virtud necesaria: descargar una canción, subir varias fotos o ver un vídeo en streaming podía requerir minutos… o más.
2010s: el móvil manda y todo se comparte
El siguiente salto lo protagoniza el smartphone. En la década de 2010, el ordenador deja de ser el centro de la vida digital y Internet cabe en la mano. Aparecen y se consolidan redes sociales como Facebook, Instagram o Twitter; más tarde se sumarán otras, pero el patrón ya está claro: hay que estar conectado todo el tiempo.
En la ilustración, un grupo de jóvenes camina mirando el móvil mientras resuena el mantra de la época:
«¡Publica todo! ¡Comparte todo! ¡Dale like a todo!»
Las fotos de las vacaciones, del desayuno y del gato ya no se guardan en el disco duro, se lanzan al mundo. La identidad digital se mezcla con la vida real, los “me gusta” se convierten en una medida de aprobación social y los mensajes se multiplican hasta el punto de resultar abrumadores.
La revolución móvil trae comodidad —mapas, mensajería instantánea, banca online, compras al instante—, pero también sobrecarga de información y una dependencia creciente de la pantalla. La viñeta capta ese punto de ironía: usuarios que caminan juntos, pero pendientes más de las notificaciones que de la conversación cara a cara.
2020s+: el Internet de las Cosas y la IA que lo sabe todo
La última etapa de la infografía mira al presente y al futuro inmediato: un mundo en el que ya no se conecta solo la persona, sino los objetos.
En la escena aparecen una nevera inteligente, un altavoz conectado, un coche moderno y hasta una tostadora que “opina”. El mensaje es claro:
- «¡Alexa, pide más papel higiénico!»
- «Mi tostadora me está juzgando.»
La nube preside el dibujo, recordando que buena parte de lo que se hace —escuchar música, guardar fotos, encender la calefacción o pedir comida— pasa por servidores que no se ven. Es la era del Internet de las Cosas (IoT), en la que electrodomésticos, coches y dispositivos del hogar intercambian datos constantemente.
A todo esto se suma la inteligencia artificial, representada por un simpático robot que dice:
«La IA escribe mis correos (y mis chistes).»
Ya no se trata solo de conectividad, sino de sistemas capaces de generar texto, imágenes, música o código; asistentes que agendan reuniones, responden preguntas y toman decisiones por la persona usuaria, al menos en tareas sencillas.
La infografía juega con el humor, pero apunta a debates muy serios:
- ¿Hasta qué punto se quiere que la máquina decida por uno mismo?
- ¿Qué pasa con la privacidad cuando el altavoz del salón, el coche o el reloj saben casi todo sobre los hábitos diarios?
- ¿Cómo cambia la creatividad cuando una IA puede ayudar a escribir, diseñar o componer?
Una historia de progreso… y de contradicciones
Lo que empezó como un zumbido de módem y un chat rudimentario se ha convertido en un entorno omnipresente, donde casi todo pasa por una pantalla o un algoritmo.
La infografía ideada por color vivo internet lo cuenta con un tono ligero, pero deja varias ideas de fondo:
- Cada salto tecnológico ha traído nuevas oportunidades: comunicarse mejor, aprender más rápido, trabajar desde cualquier lugar, crear comunidades globales.
- A la vez, cada etapa ha añadido nuevos retos: dependencia, distracciones constantes, sobreexposición de la vida privada, dudas sobre el uso de los datos.
- La inteligencia artificial y el Internet de las Cosas son solo el siguiente capítulo de una historia que sigue escribiéndose a toda velocidad.
Quizá dentro de unos años haga falta añadir una viñeta nueva: la de una persona hablando con sus gafas de realidad mixta mientras un asistente de IA negocia su contrato de trabajo en segundo plano. Y alguien recordará, con la misma nostalgia con la que hoy se recuerda el sonido del módem, aquella época en la que lo más moderno era pedirle a un altavoz que comprara papel higiénico.
Sea cual sea el siguiente paso, esta “divertida evolución de Internet” recuerda algo esencial: la tecnología cambia, pero el humor es una gran herramienta para entender en qué punto se está y hacia dónde se quiere —o no se quiere— seguir avanzando.
